Guadalajara es una ciudad de contrastes. La segunda zona urbana más poblada del país arrastra los rasgos de un ‘rancho grande’. La ciudad está nítidamente dividida entre la ‘Gente Bien’, quienes tienen oportunidades y, por tanto, pueden lograr mayor bienestar económico; y los demás, ¿la ‘Gente no-Bien’?, estigmatizados como individuos que ‘no le echaron ganas’ y viven situaciones de precariedad ‘porque quieren’, aunque sea lejos de ser cierto.
Los tapatíos conocemos y hacemos uso cotidiano de estas distinciones sociales. Tanto así que dividimos la ciudad en dos: ‘de la Calzada para allá’ y ‘de la Calzada para acá’. Mucho se ha escrito al respecto. Sin embargo, menos se ha escrito para intentar explicar con detalle cómo y por qué Guadalajara es así. Una narrativa popular tapatía es que la desigualdad de oportunidades y resultados entre los habitantes de la ciudad se origina en su fundación colonial. Me di a la tarea de analizar si se respalda esta narrativa y encontré que la segregación étnica al inicio de la colonia tuvo efectos en el desarrollo de la ciudad que persisten en la actualidad.
La historia urbana de Guadalajara es curiosa. La ciudad se fundó en cuatro lugares diferentes, siendo el Valle de Atemajac el definitivo en 1542. A diferencia de otras ciudades coloniales, Guadalajara no se fundó sobre una traza urbana prehispánica que reflejara una jerarquización política o social, como el caso de Tenochtitlán. En ese contexto, los conquistadores españoles se instalan del lado izquierdo del riachuelo San Juan. Mientras tanto, Tlaxcaltecas y tarascos que participaron en la Guerra del Mixtón fundan Mexicaltzingo, al sur del barrio español. Después, en 1543 los franciscanos trasladan un convento que servía de congregación de las comunidades indígenas de la región y fundan Analco del lado derecho del riachuelo.

Tanto Analco como Mexicaltzingo no pertenecían a la administración política de Guadalajara colonial. Ambos eran pueblos de indios con cierta autonomía respaldados por la figura legal de República de Indios. Creada por la corona española en 1538, Esta institución permitía que las comunidades indígenas tuvieran tierras comunales, así como participar y decidir sobre algunos asuntos políticos. Sin embargo, estas mismas comunidades tenían menores niveles de desarrollo, pagaban múltiples impuestos y eran constantemente discriminados. Así, el argumento es que la segregación entre españoles e indígenas de la fundación colonial puede explicar las diferencias en desarrollo económico de la ciudad, que a la vez explica por qué los tapatíos somos buenos para diferenciarnos entre nosotros según el lugar donde vivimos, la escuela en la que estudiamos o los lugares que frecuentamos.
La persistencia de estos eventos históricos llama la atención de los científicos sociales, entre ellos los economistas. Esta área de investigación ha generado estudios que muestran cómo distintas instituciones coloniales tienen efectos negativos en el desarrollo económico actual y la cultura: tal es el caso de la Mita, un esquema colonia de trabajo forzado en Perú o la trata de personas en África para venderlas como esclavas en las Américas. Estas instituciones no solo afectaron las comunidades a través de la provisión desigual de bienes públicos y la herencia institucional que dejaron, sino que moldearon preferencias y creencias de las personas. Por ejemplo, la extensión de las redes de esclavitud en países africanos explica la falta de confianza entre sus ciudadanos, y el estilo de vida individualista de los condados menos poblados en Estados Unidos del siglo XIX explica por qué estos se oponen a políticas redistributivas y votan sistemáticamente por el partido Republicano.
En el mismo espíritu de estos estudios, para mi tesis de maestría analicé si existe evidencia para respaldar el argumento de que la segregación étnica de Guadalajara colonial tiene efectos que persisten hasta nuestros días. Para ello hice uso de una reliquia de la ciudad rescatada por el historiador Rodney D. Anderson: un censo de 1821. Este censo fue realizado por las autoridades tapatías por órdenes del Ejército Trigarante hacia el final de la Guerra de Independencia. La ciudad se dividía para entonces en veinticuatro cuarteles, que era una unidad administrativa de la época. De esta forma, cada cuartel levantó el censo mediante registros individuales que incluían información sobre el nombre, sexo, edad, etnicidad, estatus social y actividad laboral, entre otras.
Los datos del censo de 1821 muestran que los cuarteles que previamente fueron los pueblos de indios de Analco y Mexicaltzingo se distinguían por tener mayor población; mayor cantidad de grupos étnicos –vivían tanto españoles de bajo estatus social, indígenas, mestizos, mulatos, negros, entre otras castas–; y la mayor parte eran artesanos y obreros.
Mediante técnicas estadísticas, que en jerga de economista llamamos modelos econométricos, encuentro que el estatus de República de indios aumentó la diversidad étnica de los cuarteles de 1821 que previamente fueron Analco y Mexicaltzingo. También encuentro que los barrios actuales más cercanos a un cuartel con alta diversidad étnica son más pobres que aquellos que se encuentran más cercanos a cuarteles coloniales con menor diversidad étnica (los mismos que inicialmente fueron poblados por españoles). Este proceso histórico simula un proceso en cadena: el estatus de República de indios explica la diversidad étnica de los cuarteles coloniales, y la diversidad étnica explica los menores niveles de riqueza actual de los barrios de la ciudad.

¿Por qué? Algunas teorías de la economía predicen que en contextos con alta diversidad étnica, poca diversificación de actividades económicas y sin instituciones para resolver conflictos, la diversidad étnica está asociada con menores niveles de desarrollo. ¿Cómo? Estos lugares muestran menores niveles de inversión en bienes públicos, como educación, infraestructura de movilidad y servicios de salud. Es justo lo que sucedió en la Guadalajara colonial y persistió hasta hoy día.
Los barrios actuales que se encuentran más cercanos a un cuartel colonial con alta diversidad étnica tienen menos años de educación; más alumnos por escuela y por profesor disponible; mayor porcentaje de personas sin algún tipo de seguridad social; menores precios de venta de sus viviendas; e, históricamente, han tenido menor infraestructura de movilidad. Encima, con encuestas de percepción y creencias, así como datos electorales, encuentro que las personas que viven en estos mismos barrios tienen menor confianza en el gobierno local, reportan sufrir más tipos de discriminación y tienen preferencias políticas diferenciadas a los barrios del occidente de la ciudad.
Así, los tapatíos de poniente tenemos una deuda histórica con los tapatíos del oriente. Nuestras oportunidades y resultados se deben en gran medida a las desigualdades históricas que favorecieron el desarrollo de nuestros barrios. Es por ello que, tanto los gobiernos municipales de la Zona Metropolitana de Guadalajara así como el gobierno del estado, tienen la obligación de invertir de manera significativa en infraestructura escolar, de salud y de movilidad en el oriente de la ciudad. Estas inversiones podrían ser financiables mediante impuestos progresivos, como el predial o la tenencia, donde los hogares más ricos del poniente de la ciudad contribuyan más.
En conclusión, la historia es cierta. La segregación étnica de la colonia, creada por la institución de República de Indios, tuvo efectos persistentes en el desarrollo de los barrios de Guadalajara. Esto muestra por qué las desigualdades actuales de Guadalajara se deben a cuestiones históricas y estructurales, y no a decisiones individuales donde algunos ‘le echan más ganas’ o ‘merecen más’. Contrario a lo que se lee en nuestros monumentos, esperemos que llegue el rumor de la discordia y que se haga justicia distributiva en esta leal ciudad.