Judith Hermosillo es parte de la International Youth Foundation, una organización global sin fines de lucro con 30 años de experiencia y con presencia en más de 90 países. Su objetivo es conectar jóvenes con oportunidades de transformación social, económica y personal.
Desde 2018, Judith impulsa el programa Pathways to Success, una iniciativa a favor de que las mujeres jóvenes alcancen su máximo potencial, ofreciéndoles educación y oportunidades de acceso a empleos, de la mano de bachilleratos públicos técnicos como el Conalep, el Cecytej y el Colegio de Bachilleres.
Entre los objetivos del programa está poner énfasis en el desarrollo de habilidades socioemocionales para que más mujeres se involucren en áreas profesionales como la ciencia y la tecnología, combatiendo la idea de que hay ciertas carreras que son para hombres o mujeres.
Su interés por los jóvenes se consolidó en Mar Adentro, una organización que se dedica a organizar torneos de debate entre estudiantes de preparatoria y universidad: “Fue evidente para mí que las diferencias (algunos venían de escuelas públicas, otros de privadas y de distintas zonas de la ciudad) se disipaban un poco cuando iniciaba el debate y lo que se ponía al centro eran las destrezas y habilidades. Descubrí que valía la pena y era muy apasionante trabajar para que cada persona joven encuentre, descubra y pula sus habilidades y talentos, alcance sus potenciales y transforme su entorno”.
Aunque lleva un par de años en una posición privilegiada liderando esfuerzos por mejorar la vida de los jóvenes, su experiencia personal la ha llevado a experimentar ser joven en un entorno adverso, en una ciudad que legitima social y culturalmente una estructura económica desigual.
Judith creció en Tonalá, un municipio al oriente de la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG), pasó gran parte de su niñez y adolescencia en una colonia que se llama Loma Dorada; aún vivía ahí cuando cursó la carrera universitaria y consiguió su primer trabajo. Hoy tiene 30 años y lleva unos 6 años viviendo con independencia económica y profesional.
Loma Dorada se creó en 1979 con la intención de ser un barrio rodeado de escuelas, plazas cívicas, áreas comerciales, edificios gubernamentales y espacios de esparcimiento. Sin embargo, tuvo que cambiar de vocacionamiento debido a la crisis económica de 1982. Según Luis Felipe Cabrales, investigador de la UdeG, la necesidad de nuevo suelo urbano, la segregación urbana y la crisis económica, definieron a Tonalá como un espacio residencial para sectores populares.
Los terrenos de Loma Dorada se redujeron, los multifamiliares crecieron, las áreas verdes y los lugares de esparcimiento disminuyeron, y la vivienda de interés social ocupó más espacio de lo planeado inicialmente. Tonalá se convirtió, de acuerdo con Patricia Arias, investigadora de la UdeG, en el patio trasero de la ciudad.
Así, Loma Dorada transformó su paisaje urbano y una gran cantidad de viviendas se convirtieron en misceláneas, farmacias, estéticas y talleres, hasta extenderse en los espacios públicos y áreas peatonales con la instalación de puestos de comercio informal. Además, es un lugar con problemas de contaminación ambiental, pues algunos edificios se construyeron en cañadas y escurrimientos. A lo anterior se suman los terrenos baldíos, la basura en las calles, la falta de alumbrado público, y la proliferación de vivienda multifamiliar que forman callejones poco iluminados.
Bienvenida a casa
Los primeros recuerdos de Judith en Loma Dorada son los de una colonia tranquila en la que podía salir a jugar sin ningún problema, aunque no tenía punto de comparación, pues no conocía otros lugares, su escuela y vida social durante esos primeros años transcurrieron en el mismo lugar.
Cuando estaba en la secundaria, sus padres tuvieron la oportunidad de comprar un terreno en la misma colonia y construir una casa. De esa casa tiene recuerdos más hostiles que están asociados con la basura.
Judith vivía en la última casa de una calle a un lado de un terreno baldío que era el basurero de la colonia: “recuerdo salir de mi casa y ver basura, ratas y perros. Mi entorno era muy sucio, y eso me hacía sentir triste”.
Entre ella y su padre intentaron solucionar el problema, hablaron con vecinos, se organizaron, pusieron letreros, hicieron denuncias pero no lograron mucho hasta que se acordó la historia que le contó uno de sus amigos: “él vivía en uno de los departamentos de los multifamiliares y sus vecinos de los pisos superiores aventaban la basura desde la ventana por lo que se acumulaba en la entrada del edificio. Lo que hicieron fue poner un altar religioso y se solucionó el problema”.
Pero la idea de poner un altar en el baldío no terminaba de convencer a su papá, pues le parecía una falta de respeto. Pero al paso del tiempo, Judith se cambió de casa y un día su padre decidió instalar una virgen en el baldío, la arregló, le puso flores y el problema se resolvió 17 años después.
A pesar de todo eso, Judith regresa constantemente a visitar a sus padres y dice que le gusta la sensación de estar en casa: “es un sentido de pertenencia que a la fecha no me ha dado otro lugar. Aunque conforme fui creciendo empecé a salir a estudiar o trabajar, a conocer otras colonias, otros amigos y amigas, y siempre me preguntaba ¿por qué tengo que vivir en un lugar así? En su momento estaba enojada y triste, pero ahora es un lugar que veo con mucho cariño”.
No solo su percepción cambió conforme crecía, sino que las diferencias se imponían en el día a día. En su primer trabajo, a la directora de la organización le pareció una buena idea extender el tiempo de comida una hora más. Así todos tendrían tiempo de ir a sus casas a comer, aprovecharía mejor el tiempo y aunque tendrían que salir una hora después, para la mayoría no era un problema pues vivían no muy lejos de la oficina. Pero para Judith todo eso implicaba lidiar con tiempos muertos y llegar más tarde a su casa con los riesgos que eso implicaba.
El mundo es de las que lo hacen
Judith y sus hermanos estudiaron en el Conalep en parte porque su papá era un fiel creyente de los oficios y de la educación técnica. Para ella estudiar ahí era algo natural, y no fue hasta muchos años después que descubrió a través de memes y páginas la discriminación, los estereotipos y los comentarios racistas que se les hacían a los alumnos del Conalep. Es algo que aún hoy le sorprende.
Mientras estudiaba ahí tuvo la inquietud de mejorar su inglés con clases extras pero la situación económica en su casa era tan limitada que su papá le recomendó buscar al director de su escuela. “Le dije: quiero aprender inglés, ayúdame. Tiempo después me mandó llamar y me ofreció una beca para estudiar inglés durante dos meses en Canadá”.
Así, a los 16 años se fue a Canadá sin pagar un solo peso y en ese viaje le cayeron “un montón de veintes”. Fue una experiencia que al día de hoy no ha vuelto a repetir. “Me hizo consciente de que tendría que procurar a través de mis propios esfuerzos y habilidades mis aspiraciones. Me di cuenta que mi familia no tenía dinero y que nadie a mi alrededor había tenido la oportunidad de salir. Regresé con muchas ideas, veía una potencia por todos lados, la cabeza me explotaba y descubrí cómo la educación ofrece oportunidades y los entornos despiertan intereses específicos”.
A su regreso, Judith decidió estudiar periodismo pero la única opción era vivir en Ocotlán y eso era imposible. Su padre la convenció de buscar algo parecido y encontró la carrera de comunicación pero insistió en ir a una universidad privada. En esa búsqueda descubrió que la Univa ofrecía una beca del 100%, aplicó y la aceptaron. “Cuando le di la noticia a mi papá me dijo: tienes que estar consciente que vas a llegar a una escuela donde tus compañeros van a sacar una computadora y tú una libreta, van a cambiar de tenis cada cuatrimestre y tu vas a seguir usando los mismos tenis, van a llegar en carro y tu en camión. Esas son cosas que yo no te puedo dar, vas a tener la beca pero no el estilo de vida”.
Y ahí empezaron las diferencias. Para ir a la universidad hacía 2 horas y media de ida, y 2 y media de regreso. No podía planear su día igual que todos. La distancia limitaba sus posibilidades, mermaba su rendimiento. Desayunaba en el camión, y regresar a su casa implicaba no volver a salir. Eso definió sus tiempos de convivencia social, familiar y vecinal. Además nadie quería ir a su casa y recibía comentarios que la hacían sentir discriminada: no traemos pasaporte, nos va a detener la aduana, ya te civilizaste, Tonaranch, Loma Drogada.
Muchos de sus compañeros venían de escuelas privadas, conformaban una red social parecida, tenían los mismos códigos y conversaban sobre las mismas cosas. “Eso es lo que no me daba la beca: la historia, los códigos, las vacaciones, las vivencias. Pero es un arma de doble filo porque uno puede contarse la historia desde el papel de la víctima o del papel de la heroína, y yo he tratado de luchar contra las dos narrativas, soy producto de muchas decisiones familiares, de circunstancias específicas, sumado con el esfuerzo. Pero en ningún caso soy producto de mi misma”.
Después de terminar su carrera decidió estudiar una maestría en ciencias sociales en la Universidad de Guadalajara. La mayoría de sus compañeros venían de escuelas públicas y ella de escuela privada; se había comprado su primer carro y todos andaban en transporte público.
“Fue la experiencia contraria y de un día para otro me situé en el otro lado. Constantemente sentía culpa, necesidad de decirles que yo también venía del mismo lado que ellos, pero era imposible pues para ellos yo cumplía con todos los estereotipos de la niña que viene de escuela privada y tiene un carro.”
Dentro de su red familiar y social son pocas las trayectorias que pudieron despegar con éxito. Judith es la única que tiene una carrera universitaria y maestría. En cambio sus hermanos estudiaron hasta la prepa técnica y han logrado construir una trayectoria profesional estable. Su hermana como técnica en enfermería y su hermano en la industria del plástico.
“Eso me hace repensar el tema del éxito y de las percepciones, ¿quién es más exitoso? ¿la que estudió la maestría? ¿la que estudió en universidad privada? ¿la que disfruta lo que hace? ¿los que estudiaron en la preparatoria técnica y les va bien económicamente? El problema son las percepciones simbólicas que nos dibujamos, los estereotipos creados que no nos definen y que hacen que un día estemos de un lado y otro del del otro. Pero al final somos producto de un sistema, de una red, de un lugar y eso no lo podemos evitar.”
Hoy es el futuro
Después de Mar Adentro, Judith tuvo la oportunidad de arrancar en Guadalajara el programa Órale que, a diferencia de los debates, centra la apuesta de transformación juvenil en las oportunidades de acceso al empleo, primordialmente. Y algunas de sus mayores satisfacciones del trabajo fue lograr identificar a través del autoconocimiento talentos, aspiraciones y vocaciones en jóvenes que llegan pensando que no son buenos o que no saben hacer nada.
“Es altamente satisfactorio descubrir de cerca cómo tantas personas jóvenes desafían cada día los prejuicios que les rodean, que si son flojos, que si son apáticos, que si son individualistas.”
Una de las aspiraciones de Judith es que tras muchos años de trabajo se logre armar un movimiento tan fuerte y claro alrededor de los jóvenes como lo es hoy el del feminismo. Este año abrió, junto con otros amigos, Casa Hidalgo, un espacio para la formación, ejecución y exposición artística de disciplinas como actuación, canto, danza y comunicación audiovisual, orientada a niños, adolescentes y adultos.
Al terminar nuestra entrevista, Judith me enseña la portada de un libro que se llama ¿Por qué preferimos la desigualdad? Aunque digamos lo contrario, y me dice que hay que tener cuidado al contar historias como la suya.
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